Por: Angélica Llovera
El Teatro Estable de Villa de Cura es un espacio donde se llega
para pasear en el tiempo, en ocasiones al pasado, al encuentro de
caminos recorridos; ahí uno se detiene y es posible modificar los
sucesos para no llevar karmas en el equipaje hacia el nuevo trayecto.
A veces nos aventuramos hacia el futuro, a inventar maravillas o
tragedias, en un ejercicio estético que rejuvenece y baja el
colesterol y los triglicéridos; ¡que vertiginoso viaje hacia la
plenitud!
Como sea, siempre volvemos allá, sin falta, a esa magia de colores y
naftalina, parabanes, telones, vestuarios, el altar y las ofrendas, los
afiches, las máscaras y los títeres, siempre actuando en sus repisas de
madera envejecida.
Entonces uno siente que ha vivido y es imposible no sentirse
agradecido de haber cruzado aquella puertica de la calle Leopoldo Tosta,
entre Bolívar y Miranda en el año 1983. Ahí aprendíamos algunas cosas,
desplazamiento, voz y dicción, actuación, análisis del texto, diseño
de vestuario, escenografía, iluminación, sonido…
Pero estuvimos sobre todo, aprendiendo a vivir, porque en este teatro
en particular, en este espacio puramente humano, el que llega cultiva
hasta donde quiera, o hasta donde pueda. Algunos siguen de largo porque
su mirada solo alcanza hasta el cortinaje o el maniquí de la entrada.
Otros traspasan el telón, pero sus expectativas son cortas, para qué
tanto leer, tanto pensar.
Otros nos atrevimos hasta la tabla de los aliños para el Pesto,
machacando y machacando albahaca y ajo según las melodías de Beni Moré o
Edith Piaf; Jazz para poner la escenografía y Cha Cha Cha para celebrar
el Día Mundial de los Sueños. En ese contexto sucede el hechizo donde
algunos tuvimos el privilegio de entender la clave del éxito: Ir más
allá, siempre, más allá.
Por eso el Teatro Estable de Villa de Cura tiene hijos regados por todo
el país y también por el mundo, trascendiendo, multiplicando la escuela
de la poesía hecha imagen.
Toda esta riqueza inmaterial, sin pausa ni pago de prestaciones, se la
debemos al Maestro Orlando Ascanio, quien llegó un día con su maleta
llena de sueños a este Valle de Cura y nos trajo todo este sortilegio
que durante treinta años ha dignificado el Arte Escénico.
Orlan ofreció sus saberes sin egoísmo, sus experiencias, anécdotas, y
todos hurgamos en ellas hasta encontrar los trajes a nuestra medida,
maquillaje, máscaras, utilería, lo que necesitábamos para ser libres,
desde ese entonces hasta el día de hoy, porque esa libertad de
conciencia una vez alcanzada, no se pierde jamás.
Gracias Orlando, por tu constancia y la pertinencia, por haberme dado, a
través de la escuela del teatro, a mis mejores amigos. Te amo
infinitamente.
¡Viva el Teatro Estable de Villa de Cura!
Angélica Llovera 31/05/2011